Y se dejó ir

"No soy avaro, Jimena". Se talló los ojos ya sin voltear a verla. Aquella, desesperada, se fue de la habitación. Habiendo terminado la acalorada discusión, Saúl se dio a lo suyo...
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"¡Es que eres avaro por definición, Saúl! Entiende, por favor..." Él abrazó el montón de monedas y lloró amargamente.
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"Mamá... ¿Qué huele tan extraño?" Jimena le explicó a la pequeña que el olor metálico salía del cuarto de papá.
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Saúl tenía un pequeño problema, y en verdad no es que fuera avaro. Su gran problema era que le costaba desprenderse de las cosas a las que les ponía nombre.
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Con las monedas empezó el día en que encontró una tirada, con la nominación borrada. Supo que era un tostón por el color, pero se compadeció y le llamó Boby.
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Después de Boby llegó su raya y la moneda suelta que la de contabilidad no quería guardar: Larry.
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Tras Boby y Larry fueron llegando más.
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Comenzaron las molestias cuando empezó a cambiar la mitad de su sueldo por monedas, a las cuales nombraba y catalogaba dentro de un cuarto especial en su casa.
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Luego ya no solo fueron monedas. Estas solo lo sacaron de control.
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"Eres un pendejo, papá". Saúl vio a su hija a los ojos y no supo qué decir. La vio marcharse y él volvió a su soledad, rodeado de cosas con nombres.
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Porque él tenía nombre para todo, pero no para sí mismo.

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