Memento
DJ Samuel armoniza tu pachanga. Informes y contrataciones al
477-444-0171. Expo XV Años 2017: todo para que tu fiesta sea espectacular.
¿Necesitas dinero? ¡Nosotros te lo prestamos! Joaquín Hernández, Abogado.
Civil, Penal, Mercantil y Laboral. DJ Samuel armoniza…
¿Por qué iba a contratar a DJ Samuel? No lo conozco y
seguramente solo conectará una memoria a la consola para reproducir lo que esté
sonando. La expo tampoco puede representar una mejor forma de gastar dinero. Ni
tengo quince ni planeé tenerlos. Hay que estar un poco ido para formar parte de
la esquizofrenia colectiva que genera la dichosa presentación de una señorita
en sociedad. Disfrazarla de putita un rato y de pseudocondesa otro tanto para
que un montón de pervertidos se la sabroseen. Dinero, hablando de dinero. Todos
lo necesitamos, pero no todos lo necesitan tanto. Vender mi alma a los
agiotistas es un error que no quiero volver a cometer. Pero peor que los
agiotistas: los abogados. La escoria de las universidades, que se pasean por
los campus con traje o cuando menos “bien arreglados”. Que por leer a Máynez y
a Kelsen, y por la mísera probadita de San Agustín y la posible mención de
Foucault piensan que dominan los tejes y manejes de la política y la vida y la
filosofía y la justicia, prostituyendo a esta última al grado de no sacarla de
su lugar Ulpiánico (no se me acuse de tránsfuga, que mis fuertes opiniones
también a mí me lastiman: difícil es escapar a ciertas realidades).
Pero aquí lo importante no es el DJ, ni la expo, ni los agiotistas
ni los abogados. Esto se trata de la atractiva señorita que está a unos metros
de estos letreros sucios. También debe hacerse caso omiso de mis
disquisiciones, pues solo se trata de una forma de hacer tiempo, pues dicho sea
con toda honestidad, no quiero seguir mi camino porque la señorita me dará un
folleto.
Acaso la vida que escogí y que constantemente me priva de
ciertas interacciones está comenzando a afectarme de modo que soy incapaz de
afrontar algunas microinteracciones. Lo que para otro puede ser un mero trámite
tiene para mí la forma de una compleja red de implicaciones sociales que me
paralizan y me hacen dudar el próximo movimiento al grado de haber leído estas
madres tres veces cada una y haber ejecutado profundas inspecciones y reflexiones
en torno a ellas.
Lo que sigue es así: la bella señorita, cuya belleza
exuberante es brutalmente resaltada por el entalle de un chafa textil azul y
blanco embanderado por Telcel, con un culo portentoso y unas tetas de matrona,
sonrisilla aperlada y maquillaje a granel; esa señorita ejemplar me buscará la
mirada, me sonreirá, tomará con su mano derecha un folleto del bonche que cuida
en la izquierda, y lo estirará en mi dirección, esperando que lo tome. Eso es
lo que ella espera y lo que seguramente le pasa mil veces al día. Pero no
cuenta con que yo no quiero.
Mas no se piense que lo que no quiero es el folleto. Nada me
costaría hacer el simplísimo ademán con el que muchos la mandan a la chingada.
Lo que no quiero es el aspecto social. Da igual si tomo el folleto o no, mi
acción o mi inacción me comprometen y me hacen formar parte del momento. En
cuanto ella estire su brazo con intención de que me lleve la hoja el mensaje
estará dado y lo que yo haga es retroalimentación, es respuesta. Menos quiero
ignorarla, porque el mensaje lo daría yo al decirle que no quiero que me haga
caso, iniciando yo la indeseada comunicación, lo cual es todavía más estúpido.
Pareciera que la única posibilidad es regresar por donde vengo, pero lo cierto
es que nada me compele a ir hacia allá más que mi situación actual, y sin
embargo tengo necesidad de seguir el camino que llevaba y en el cual me detuve
en seco, fijando mi vista en lo primero que pude en cuanto noté a la inminente
folletera. ¿Cruzar la calle? Es posible, pero…
Estoy harto, si cabe decirlo. No puedo seguir sumido en esta
miseria. A este paso seré un asceta que olvide su propia lengua. Debo
acomodarme la boina, dibujar una ligera sonrisa, verla a los ojos y tomar el
folleto. Luego lo veré y quién sabe, tal vez lo que ofrece es bastante
atractivo como para hacerme cambiar de compañía. Lo haré exactamente así.
Y así lo hice. Tomé el folleto y recordé que ya lo había
hecho antes en incontables ocasiones. Volvió a mi memoria lo fácil que era
hacerlo. Lo tiré sin siquiera verlo, pensando en otras cosas mientras caminaba.
A ella seguramente no le había afectado nuestra reciente
microinteracción y si bien no lo habrá olvidado en el acto, era imposible que
lo recordara tal como fue después de haber pasado una hora o dos. El mismo
proceso de olvido operaría en mí en un lapso parecido, o acaso más prolongado
pero sin llegar a ser significativo. La interacción moriría. Algo por mí tan
evitado, algo que a pesar de no tener una importancia capital logró hacerse de un
significado esencial en su momento, iba a morir sin que se pudiera hacer nada.
¿O es que acaso puedo yo hacer algo por rescatar el momento?
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