L.O.V.E.

Inútil sería hablar de su incomparable belleza. Describir su cabello castaño que cae apenas por debajo de los hombros. Sus ojos grandes y expresivos. Labios carmín, modelo de una manzana. Manos de porcelana y la fineza de una estatua griega. Inútil, por no decir falso. La verdad es que Anita no es bella.

Nacida de una pareja hermosa por donde se vea, Anita no logró heredar la esteticidad de sus padres. Cabello cenizo y opaco, ojos resecos, una linea por boca, manos rechonchas y figura cuadrada. La fortuna no está de su lado en términos banales. Pero a ella poco le importaba.

Anita salía a pasear balanceándose con garbo y orgullo. Miraba a quien quería y le retaba a dejar de verla. En principio sencillo por no haber en su fisionomía un solo elemento atractivo, pronto se probaba difícil, si no imposible, gracias a un encanto especial que obligaba al que más a perderse en sus propuestas. Luego venía el acercamiento y el desplante propio de quien se sabe deseado y solo quiere divertirse un rato. Sí, ella podía escoger y lo hacía. Y escogió no escoger nunca. Pero la vida tiene sus caprichos y yo soy uno de ellos.

La vi sentada en el parque con el pecho henchido de ella misma. Seguramente habría rechazado ya a un pobre desafortunado que se marchó confundido de no haber encontrado en Anita una presa fácil. Me acerqué y me miró con satisfacción: se acercaba un nuevo prospecto, una nueva presa y una nueva risa. Pero leí sus intenciones en el cambio de postura y cambié mi estrategia. Me senté a su lado sin decir nada.

Me ignoró un momento, pero no podía creer que no le hubiese prestado la menor atención. Tosió ligeramente y no consiguió nada. No pensaba darle mi brazo a torcer. Repitió y falló de nuevo. Giró su tronco, luego sus piernas, hizo tendencia hacia mí. Yo veía hacia la nada sonriendo descaradamente a sabiendas de que ya la tenía en la bolsa. Luego canté una linea. La L. Al día siguiente canté la O. La V y la E siguieron en consecutivos encuentros. Cantaba sin voltear, cantaba para ella y ella lo sabía.

"Amor. Eso es todo lo que te puedo dar", dije el quinto día. Para mi sorpresa, su voz hizo presencia. "El amor es más que un juego de dos". Por fin le sonreí a los ojos. Solo dos enamorados podían lograrlo, ayudados por el capricho de la vida que me llevó a ese parque después de saberme engañado por quien creía fiel y mía. Tomamos nuestros corazones, nos pedimos no romperlos, y Anita dejó de jugar.

Inútil sería hablar de su belleza porque no la hay. Pero también porque no importa. De Anita hablo porque hablar de ella es hablar de nosotros, del parque, de los caprichos de la vida y de una historia que se contó a sí misma.

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