Let me go

A mí desde niño me dijeron que era novio de Laurita. Tendría yo seis años cuando nació ella, y desde el primer momento sentenciaron mi madre y la suya: "Mira, José, ella es tu novia". La verdad no entendía lo que eso quería decir. Solo atiné a pensar que esa beba era bien fea, y también era mi novia, lo que fuera que eso significara.

Fuera de nuestras obstinadas madres y nuestras respectivas familias, la primera persona en enterarse de esta situación fue Sandra, a quien conocí a los diez años en el patio de la escuela cuando tiré su jugo y discutimos hasta que la maestra Jazmín me hizo pedirle una disculpa y llevarle otro al siguiente día. Ese día en que me enteré de que ella gustaba del futbol y los cómics cuando sacó su lonchera de Iron Man tirándole un penal a Capitán América. "No me gusta comer sola y hoy no vino Paty, quédate conmigo y compartimos el jugo". Unas semanas después le pregunté qué era una novia, o qué implicaba realmente. "¿Por qué? ¿Quieres una?" "No. Es que tengo una".

Con Sandra aprendí que la pequeña Laurita, quien tenía ya cinco años, era un poco joven para mí. Le externé esto a mi madre y soltó una carcajada. "No, José... Laurita es jovencita ahora, pero en unos cuantos años eso ya no tendrá importancia". "Pero..." "¡Pero nada! Laurita es tu novia y tú te me callas". Pero es que a mí me gustaba Sandra.

Sandra, mi amiga que sabía de futbol y cómics. La que sin empacho se agarraba los chinos con una liga para cobrar bien sus penales y atajar los míos. La que me acompañaba al puesto de don Saúl para alternar la seria responsabilidad de comprar las últimas entregas de Spider-Man y de X-Men. La que me dio el primer beso cuando en nuestra primera borrachera me confundió con Alfredo. Sandra, mi cita en la graduación cuando la plantó Alfredo y yo no invité a nadie. Ella, que lloró en mi hombro luciendo un par de grandes astas para yacer luego a mi lado, justo después de la tormenta mientras compartíamos el calor de las cobijas sobre nuestras pieles desnudas. La misma Sandra que marchó hasta el altar del brazo de su padre al tiempo que el piano hacía sonar la "Marcha Imperial". Qué hermosa que se veía de blanco...

Y es que a mí me gustaba Sandra, no Laurita. Por eso decepcioné a todos e hice lo que quise. Salió bien para mí, afortunadamente, pero no para la otra. No para Laurita,  quien no conoció a nadie en el patio de su colegio y se tragó todo lo que le dijeron nuestras madres. Quien a sus veinte años vive empeñada en molestar a una joven pareja de veintiséis que solo quiere disfrutar a sus dos retoños. Pero no le guardo rencor y Sandra tampoco, ambos conocemos la historia. Solo espero que Laurita pueda dejarlo en algún momento. Que conozca a alquien que en verdad quiera de novio, y que no llegue a vieja persiguiendo el amor artificial al que dos monstruos intentaron dar vida.

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