Se presenta ante el espejo mi más acérrimo rival
Se presenta ante el espejo mi más acérrimo rival. No hace
falta decir quién es, bastante evidente es la declaración inicial. Apenas sí
basta indicar la raíz de la rivalidad.
Desde niños crecemos a la par.
Al principio no nos notábamos siquiera. Cuando nos conocimos
fue novedad y juego. No había rivalidad, pues aún no había sustancia. Éramos
simples hojas en blanco que esperaban ser llenadas.
Pasó el tiempo y ese extraño conocido estaba más arraigado
en mi vida. Lo veía y lo reconocía, ya con cierta cotidianeidad. Aun no había,
no obstante, razón para odiarnos. Me emulaba a la perfección y yo a él, sin
dramas ni complicaciones.
Avanzaba la vida y lo veía cada vez más como a un otro. En
mi opinión es esto el principio del fin, o el inicio de la rivalidad necesaria.
Llegaba a lavarme la cara y ahí estaba. Si me cepillaba los dientes, si me
peinaba. A veces me veía cambiarme de ropa, y era entonces que más nos hacíamos
ajenos.
Llegó la etapa de la transición, y la rivalidad, cuya
semilla se había plantado un poco antes, brotó bruscamente. Empezó con un
simple tallo, pero pronto se engrosó y se hizo de hojas. Cuando menos lo
imaginaba éramos ya completamente ajenos el uno del otro. Lo veía y solo era
una simple referencia visual; una pista de los cambios que realmente estaba
haciendo a mi persona (con el peine, con el cepillo, con el agua).
Hoy somos rivales acérrimos.
La rivalidad viene de muy dentro de mí mismo. En realidad,
viene de mí mismo. Yo soy yo, pero él no es yo aunque lo pretenda. La vida me
forjó de un modo y a él de otro. Yo no soy ese que está en el espejo, ese es
solo un simulacro de lo que yo soy. La rivalidad viene de la discrepancia, de
la diferencia, de la otredad que experimento respecto de mí mismo. La rivalidad
tiene su fuente en la vida misma, contrariada por la percepción. Yo no soy el
que está ahí, lo juro.
Por extensión, espero, esto le pasa a más de uno. Por más de
uno me refiero a todos. Independientemente de que nos guste o no ese otro,
sabemos que sigue siendo otro, pues nosotros estamos justo aquí: en nosotros.
El reflejo es el rival; el reflejo es un otro que somos nosotros mismos; el
reflejo es solo eso: un reflejo… Y por cierto, volteado.
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