La cita
“No
es algo que pueda evitar”. Ella, confundida por la extraña confesión con que
comenzaba la cita, dio un trago a su bebida. No estaba segura de cómo tomarlo.
Probablemente bromeaba. O peor aun, decía la verdad y era un completo desviado.
Buscó averiguar más. “Entonces, ¿es que no vives el ahora?” Él respondió que no
era necesario hacerlo y dejó escapar una pequeña risa. “Si pienso lo que haré
con diez segundos de anticipación puedo actuar y seguir pensando en los
siguientes diez segundos. Me da algunas ventajas”.
Era
la persona más extraña con la que había salido y le incomodaba más a cada momento.
Cuando hallaba sus ojos se estremecía. Solo veían hacia el frente, sobre una sonrisa
eterna. “Vámonos, por favor”. Él dejó un
par de billetes en la mesa y se levantó tendiéndole la mano. Ella aceptó el
gesto de mala gana y salió a su lado.
Ocasionalmente
volteaba a verla y hacía un comentario, pero no lograba hacerla conversar. Sus
respuestas eran tajantes. Estaba claro que no planeaba entablar relación
alguna. “Estás haciendo muy aburrida esta cita. ¿Es que te ha afectado mucho lo
que te conté?” Ella no supo qué responder y agachó la mirada. Después de un
rato por fin salieron las palabras de su boca. “Es que no entiendo, y eso me
asusta un poco”. La expresión de él se mantuvo. Caminaron otros pocos metros
hasta que llegaron a una banca y se sentaron.
“Lo
siento, tal vez exagero un poco”. Él solo soltó una carcajada discreta y giró
su torso hacia ella. Estiró una mano y tocó el negro cabello. El femenino
rostro se ruborizó y retiró su mano con cortesía. Buscó sus ojos en un último
intento de conectar, pero solo se vio aturdida por la mirada fría y la sonrisa estricta.
Un
cuerpo en el suelo anunciaba la comisión de un crimen. La respiración agitada y
el cuchillo en la mano anunciaban a la criminal. La mirada fija permanecía,
pero la sonrisa inquietante había sido reemplazada por una mueca terrible.
Arrepentida, bajó a examinar el cuerpo, buscando en vano un pulso que la
expiara. Soltó el cuchillo empapado de sangre y se dio a la tarea de mover el
cuerpo. Apenas hizo un primer esfuerzo cuando la mano inerte reveló una hoja
filosa.
“Mira,
tú, pendejo. A ver si así te dan ganas de seguir ignorando lo que pasa ahora”.
Se levantó y escupió en la cara del occiso. Libre de culpa, se fue a su casa a
ver las noticias.
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