La historia de un chef
Yo siempre quise ser chef. Desde
niño. Solía despertarme tempranito a preparar los huevos con tocino, un buen
café y unos panecillos que dejaba listos para ser horneados desde la noche
anterior. El despertador familiar era el aroma del desayuno montado. Tres
sonrisas gravitaban adormiladas hasta la mesa y daban los primeros bocados. Yo
no comía con ellos.
Yo siempre quise ser chef. Desde
niño. Pero no me gusta la comida. En lo absoluto. La idea de masticar hasta formar
una papilla que luego debo deglutir y guardar en mis entrañas, por más
delicioso que me digan que es el pastiche, me parece cuando menos repugnante.
Comían mis padres y mi hermana lo que yo les daba, mientras yo, a su lado y
platicando de lo que haríamos en el día, tomaba de a poco mi malteada. Una
malteada de tantas que me preparaba los domingos para no tener que preocuparme
por comer. Me limitaba a nutrirme con mi menjurje que, por su parte, bien me
correspondía manteniéndome sano.
“Yo siempre quise ser chef. Desde
niño”, dije al Chef Gustavo. “Se nota”, respondió él, “hacía tiempo que no
probaba tan laboriosa y bien pensada merienda. La ejecución fue excepcional”.
Mantuve la compostura a pesar de la emoción que me invadía, hasta que el chef
siguió. “Sin embargo, creo haber notado que no probaste nada de lo que
hiciste…”
Yo siempre quise ser chef. Desde
niño. Pero la gastronomía no está lista para alguien que no prueba lo que hace.
“Yo siempre quise ser chef. Desde
niño”. La historia de antes y más tarde el “Sí, acepto”.
Soy chef de un pequeño restaurante
familiar de apenas tres comensales, quienes cada mañana gravitan hacia la mesa
con una sonrisa adormilada y comen lo que les doy, mientras platicamos de lo
que haremos durante el día. También escribo, de eso vivo y de eso comemos, pero
no soy escritor: soy chef.
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