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Mostrando entradas de septiembre, 2017

¡Guárdemelo!

Guarde muy bien ese beso. Métalo en un cajón, sea bajo triple candado. ¡Que no se escape el bribón! Que genere rendimientos, póngale un gran interés, para que cuando lo cobre sea mil besos como él.

Mi máxima moral

Mi máxima moral es tan buena que funciona más que no. Es una sola y no requiere pensarse demasiado, simplemente hay que traerla a colación ante la duda existencial o ante los problemas cotidianos de la vida. Es flexible y se presta a interpretaciones múltiples, pero uniformes en su sentido final. Nunca me he topado con alguien que, aun por camino distinto, no llegue a las mismas conclusiones que yo en cuanto a lo moral, una vez aplicada la máxima. Es además tan buena y noble que no toma la forma de un imperativo opresor, sino de una pregunta: ¿qué pensarían de mí los marcianos si me abdujeran mañana?

Me traes de un ala, mujer

Me traes de un ala, mujer, me traes de un ala. ¿Qué no me piensas soltar? Me tienes volando chueco, ten un poco de piedad. Todos los días en picada me doy duro contra el suelo, suéltame te lo pido, ha tiempo que ya no vuelo. Me traes de un ala, mujer, me traes de un ala. Ya no volveré a volar... ¿Tal es el precio de amar? (Cóbrame, pues, yo pago)

Maybe I did f*** up this time

- No, ya no tarda. - ¿Seguro? - Sí, seguro. - ¿Por qué? ¿A qué hora te dijo que venía? - No me dijo. - ¿Cómo que no te dijo? - Pues no me dijo que venía. - Ah, ¿no te dijo que iba a venir? - No. - ¿Y cómo sabes que vendrá? - La conozco. - No mames... - Es neta. - No va a venir, ya es bien tarde. - Que sí, escucha. En cualquier ratito vas a ver que se acerca su carrito rojo y se estaciona aquí mismo. La verás por la ventana. Luego va a entrar corriendo y me verá con su mirada de trueno, preguntando sin hablar: "Antonio, ¿qué chingados haces aquí?" Entonces yo me levantaré y le daré un abrazo. Ella no me abrazará, pero no importa. El punto es que me despediré de ti y me iré con ella. Discúlpala si no saluda o no se despide, estará muy enojada. Pero ya no tarda, ahorita llega. Es más, mira, ahí viene. Ah, no, no era. El de ella está medio abollado. Pero ya no tarda, espera. ¡Mientras tómate otra! Ten. Mira... Ah, no. Pero ya no tarda.

La dulce vida de una paletica de cereza

La niña Amelia vio su mejilla chorreada en la ventana que subía negándole la compraventa. Con quince pasitos llegó hasta el siguiente auto donde un ademán la mandó a dar otros quince. La operación se repitió y apenas logró vender un par de cigarrillos cuando el rojo se hizo verde y tuvo que regresar al camellón a esperar con la paciencia de una soldadita, recargada en un poste que le daba una mísera sombra que a ella no la satisfacía del todo pero que según su mamá era preferible a quemarse de pi a pa. De nuevo el alto y una vez más los pasitos presurosos y las negativas salpicadas de alguna moneda, por compasión o por cigarros. Las horas se apilaron unas sobre otras y cuando hubo suficientes de ellas fue hora de marcharse. Con las ganancias del día se ajustó un bolillo y una paleta de cereza que se le había antojado hacía tres días pero que no había podido costearse hasta entonces. Una paleta de cereza. La paleta. La. Paleta. Paleta que sería desnudada con la delicadeza del amante,

I'll see you in my dreams

Acá el que manda soy yo, me lo repito a menudo Si digo que te desvistas: te desvistes. Si te digo a tu pijama: te la pones. Si preparo nuestra cama: te acuestas. Si lo que sigue es Morfeo: te duermes. Si soñarla es lo que pido: la sueñas. ¿Verdad que no es tan difícil? Le doy la espalda al espejo, sigo mis indicaciones. Solo bien hacerlo espero, ya no quiero no soñarte... I'll see you in my dreams, Joe Brown https://www.youtube.com/watch?v=vVr-GUnwpnQ

¡Hay, de mí!

¡Hay, de mí!, decía su madre cuando su padre partió. Es ay, mamá, Ella le dijo; de golpe la corrigió. ¡Hay, de mí es lo que te digo! ¡Hay, de mí un amargo adiós! Así adiós le dijo al mundo, pero Ella no encontró adiós. Murió creyendo que muerta, su madre un simple ay erró. ¡Ay, de mí! Ella en su lecho, tal hizo su redención.

El amor es imposible

Lo que vi fue que él estuvo esperando un rato. Se le veía impaciente pero sereno. Como si estuviera seguro de que vendría a la hora acordada y su única desesperación fuera que el tiempo no avanzara más rápido. Miraba su reloj cada pocos segundos y volteaba hacia el sur. Una y otra vez. Reloj y sur, reloj y sur. Cuando resonó el pesado sonido de las doce en la torre del edificio municipal, a un costado suyo, dio un salto incorporándose con el cuello hacia lo alto y se detuvo en seco, como si el frío repentinamente lo hubiese vuelto una estatua. A lo lejos, entre las sombras, pudo distinguirse a una señorita joven. Apenas la vio, una esplendorosa sonrisa se dibujo en su rostro. Se llevó las manos al cabello y deshizo su peinado. Moría de pie en su lugar, deseando que aquella chiquilla corriera hacia él, pero sin la intención de apresurarla. Luego, cuando estuvieron más cerca, él dio un grito en que adiviné una alegría indecible y en frenética carrera se dirigió hasta donde estaba ella.