Densidad

Una mañana el aire se tornó más denso. Lo sentí al respirar porque era un poco complicado. Después en el movimiento. Me levanté con una pesadez inusual y cada paso era lento. No le di importancia y me fui a trabajar. Supuse que el problema era mío, alguna percepción errada producto de la noche anterior. Pero llegando a la oficina noté que no era yo el único, todos parecían presentar una especie de sopor del que nadie hablaba. Finalmente mis sospechas acerca de la densidad se vieron confirmadas cuando tuve que repetir más fuerte lo que le decía al jefe. El sonido se movía con dificultad y había que hablar más fuerte para entendernos.

Las noticias se pronunciaron hasta el día siguiente. Nadie sabía exactamente lo que estaba pasando. Ni la ciencia, ni la filosofía, y cosa curiosa, tampoco la religión, tuvieron respuesta. Pero así, sin saber, lo asumimos. Terminamos por hacernos de la idea, después de tres días, de que las cosas no mejorarían en el corto plazo y adoptamos nuevas formas. No fue muy difícil, nos hicimos fuertes y más ruidosos. Pasado un tiempo todo volvió a la normalidad al estar todos adaptados. Pero luego, otro tiempo después, volvió la antigua normalidad.

Una mañana me levanté más ligero y noté que me movía bastante rápido. Hablaba y mi voz era un grito constante. Respiraba y tomaba más aire. No me molestaba. Los hábitos adquiridos, útiles en su momento, eran ahora una suerte de habilidad especial que nos hacía más rápidos y más ruidosos. De nueva cuenta nadie logró explicar el fenómeno, pero esta vez no nos adaptamos. Nos hicimos presa de lo aprendido y nos quedamos así. El aire no volvió a cambiar su densidad, nosotros tampoco.

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