La letra capital

Me encuentro parado bajo la habitual farola mañanera. Su luz despierta y espabila al tiempo que yo lo hago. El frío forma bombitas de carne sobre mi brazo y eriza mis vellos. Un viento helado baja de la oscura colina que enfrento, y su aire melancólico deja una vaga sensación de sopor. Mi atención solo puede centrarse en una luz lejana.

Años atrás llegué hasta acá, y hoy me encuentro sumido en la más profunda de las rutinas. Espero solamente a que el día concluya para poder volver a morir hasta la mañana siguiente. Poco más, poco menos, todo se reduce a una vida medio vivida, con un ritmo regular y observable.

Gradualmente el frío disminuye y el autobús no llega. Mi vista sigue clavada en la luz sin que pueda hacer gran cosa. La voluntad comienza a vacilarme. Podría no ir al trabajo, podría no seguir con el día, y mejor aun: podría no seguir con mi vida. Podría seguir esos instintos gritones por una vez en la vida. Podría cambiar la rutina y perseguir mis ideales. Desde luego, podría…

Imbécilmente sucumbo a esos deseos comenzando a caminar. Primero lento y luego torpe. Luego rápido. Ahora que tengo control total sobre mi mente y mi cuerpo ya no pienso parar. Significaría volver, y eso es intolerable. Esa luz será mía si puede serlo. O la veré de cerca si no hay más. Tengo pistones por piernas, y mi cuerpo es arrojado hacia adelante con fuerza asombrosa. Apenas una gota de sudor se atreve a asomarse y el viento la rompe contra mi piel.


Ahora llegué. La felicidad por estar en la luz es indescriptible. Lentamente las dudas se disipan. La incertidumbre, los miedos, y las amarguras. La luz o es una luz, es algo más, es algo mejor. Es un secreto en la vida que cada cual siente e interpreta como puede. Un secreto oculto entre líneas que no requiere explicación.

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