Todo se sabe
Parece lejano en ocasiones el
poderoso “Todo se sabe” de Aureliano. Esta bomba de apenas tres palabras
encierra dentro de sí todo un aparato de conocimiento que, de ser utilizado con
cordura y buenas intenciones, permite al usuario comunicar al interlocutor un
sentir auténtico del alma. En verdad todo se sabe, pensó José una tarde en que
gordas gotas de sudor resbalaban por su mejilla ante la mirada atónita y
expectante de su esposa, quien veía como la vida se le escapaba.
Lo que pintaba como una tarde
romántica había devenido tragedia en el momento en que el intrépido José cayó
de un árbol. “Te conseguiré una manzana, amor”, dijo. Las negativas de Iliana
fueron vanas, pues antes de poder expresar su inconformidad ya el otro estaba
acometiendo la empresa. Apenas hubo arrancado un par de frutos cuando su pie
resbaló y cayó al pasto, haciendo su cabeza un ruido seco.
Cuando Iliana se recuperó de la
impresión ya era demasiado tarde. Atinó a recostar la cabeza de su amado en el
regazo y a recorrer su cabello con la mano. Una vez que el carmín hubo
reemplazado el amarillo del vestido, en un último suspiro José profirió el te
amo de rigor, y remató con la frase de Aureliano. Sin comprenderlo, Iliana
cerró los ojos y se dedicó a llorar amargamente ante el cuerpo sin vida de
quien una vez fue su esposo.
En subsecuentes días el duelo
alejó de ella cualquier resquicio de lo ocurrido, avocando sus fuerzas a la
planeación del funeral y a la recepción de las condolencias. Luego vino el
duelo. Tras unos meses difíciles en los que este último cedía lentamente,
volvió el momento a su cabeza, y fue entonces que recordó el “Todo se sabe”.
Confundida, trató de cavilar los motivos que habría tenido para cerrar el ciclo
de su vida con tan oscuras palabras. Vacilando, recorrió la biblioteca personal
de José buscando la cita. Sin haber sido nunca una lectora ávida, se transformó
entonces en una verdadera devoradora de textos. Apenas daba crédito a lo que estaba
aprendiendo. “No puedo creer que te hayas leído todo esto”, decía a menudo
cuando se encontraba con alguna pieza excepcional.
Entre líneas vivió y entre
cabellos surgieron canas. Para cuando su lectura se vio mermada por una visión
falible ya solo le faltaba un volumen de la biblioteca. Se dio a él pensando
que hacía ya tiempo que habría descifrado lo que dijo José en aquella ocasión.
“Todo se sabe. Naturalmente lo diría tras haberlo leído todo”.
<<Muchos años después,
frente el pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de
recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo>>,
leyó en voz alta antes de perderse en la lectura. Días después, habiendo
conocido parcialmente la historia de Macondo, llegó al sótano donde Aureliano
se daba por completo al estudio de los textos de Melquíades, y fue entonces que
dio por fin con las tres palabras. Cerró el libro de golpe y se fue a dormir.
Murió entre sueños esa misma tarde.
Alcanzó a José en el descanso
eterno sin ninguna certeza sobre la vida más que una… En verdad todo se sabe.
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