Solipsista
No existes, dijo ella con total
seguridad. ¿Cómo que no existo? ¿Qué no me estás viendo? Llevábamos más de
quince minutos hablando de frente, después de haber planeado el ansiado
encuentro por más de un mes, y ahora no existo.
La conocí en internet hace tiempo
y congeniamos de buena forma. Pasamos de las primeras preguntas hacia largas
charlas y hasta la ilusión de conocernos en persona. Concertamos una cita en un
parquesillo que nos quedaba cerca y, ahí, sentados en una banca a la que le
daba más sol del que me hubiera gustado, nos saludamos por vez primera y nos
pusimos al tanto de lo que pasaba en nuestras vidas. Después abordábamos un
tema nuevo, decididos a aprovechar todo el tiempo posible, pero ella soltó la
bomba.
¿Cómo es posible que digas que no
existo? “Pues así, no existes”. Seguramente mi expresión le indicó que debía
decir algo pronto. “Mira… Es que necesito tocar tu nariz para comprobarlo”.
Tocar mi nariz… En definitiva era lo más extraño que me habían pedido jamás.
Hace apenas un momento nos abrazamos y nos dimos un beso en la mejilla. Sus
ojos me reflejaban desde el primer instante en que le pregunté cómo estaba.
Pudo ver cómo lamí mis labios para contestarle lo mismo. Los roces ocasionales
y supuestamente accidentales no hicieron falta tampoco. Tocar mi nariz…
Adelante, hazlo, le dije. Ella estiró la mano y con un dedo, lenta y suavemente,
frotó desde el entrecejo hasta la punta. Una delicada sonrisa me indicó que por
lo menos lo estaba disfrutando.
¿Ahora te consta que soy real?
“Sí”. Y un largo abrazo apretando su cabeza contra mi cuello. Atiné a acariciar
el cabello de esta chica que tenía entre mis brazos. El latir de nuestros
corazones se había acompasado y la lenta respiración indicaba química.
¿Pero sabes cuál es el problema?
“No”. Que de hecho no existo. Pero tú tampoco existes. Somos puras letras y,
con suerte, imaginación en el que nos lee ahora. Además, auguro que va llegando
nuestro final…
Comentarios
Publicar un comentario