Vieja

Se frota pudorosa. Un ejercicio de sensualidad, incluso el más mínimo, parece un absurdo desde hace años. Se detiene. Tiene que pensarlo otra vez. ¿Qué razón puede tener la psicóloga? Ella es joven y bonita, con apenas treinta años y una vida por delante. No entiende lo que es ser vieja. Retoma. Su mano reseca, temporalmente humectada por el agua de la regadera, frota el seno derecho, caído y manchado. Al llegar al pezón se detiene y contiene una lágrima. Recuerda cuando era firme. Cuántos hombres se desvivieron por lograr un vistazo de su escote. Apenas una mirada y las pasiones varoniles se desataban. Si hoy lo viera uno de ellos seguramente no sentiría mucho más que una mezcla de cariño y lástima. Baja la otra mano por el vientre, flojo. Sigue bajando hasta el sexo, donde hace un ademán solamente, sin llegar a atreverse a hacer lo que tanto disfrutó en otro momento. Recorre su cintura y baja al muslo. En el camino, distintas irregularidades la distraen. Esa ya no es su piel. Su piel está debajo. O antes. Su piel se quedó en el pasado, los colgajos pegados a sus huesos ya no son de ella. Acaso son de la vieja que ve en el espejo, pero de ella, jamás.

Termina de enjuagarse el jabón y gira la llave. Toma la toalla y se envuelve rápidamente. Se seca sin voltear al espejo. Después de lo que hizo, no tiene el menor deseo de hacerlo. Pero la psicóloga le recomendó mirarse bien. “No estás tan vieja como crees, debes mirarte”, le dijo en la última consulta. “Esa perra… Se ve buenísima en el espejo y piensa que todos tenemos ganas de vernos”, musita ella. Da un largo suspiro apretando los ojos y tira la toalla al suelo. Los abre de a poco hasta que está de frente a la vieja. Claro que se ve como lo cree. No, como lo sabe. Ella se sabe vieja y no hace falta toquetearse como una descarada o verse desnuda. Basta que ella lo sepa.


Se viste y sale del baño. Su esposo la espera. “¿Hiciste la tarea?” Ella asiente avergonzada. Él la toma de la mano y le besa la frente. “Vamos, que se hace tarde. Adelántate al auto y te alcanzo”. Ella va hasta el auto y baja el espejito para maquillarse. Él se queda a revisar el baño. No hay señas de sangre, las pastillas para dormir siguen escondidas, se siente tranquilo. Va al auto, se miran y sonríen. “No estás tan vieja”. “Lo sé”. Y sonríen amargamente mientras el motor hace su ruido.

Comentarios

  1. Interesante reflexión sobre la alienación dentro de tu misma piel.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario