Tras la muerte aún hay favores
Las uñas y el pelo son de
queratina. Por eso no se descomponen tan rápido como la piel y la carne. A los
pocos meses, un cuerpo sin vida se habrá reducido a queratina, y a calcio. El
calcio también aguanta más, y eso significa que los huesos y los dientes se
mantienen. Si no fuera así, no podría contar lo que ocurrió anoche.
El tiempo transcurría como
siempre en la oscuridad de la caja. Humedad, silencio, paz y descanso. Solo los
huesos y yo estábamos despiertos, hablando de las roturas que tuvimos en vida.
Justo cuando la conversación comenzaba a hacerse aburrida nos interrumpió un
ruido, y un instante después el primer rayo de luz en años. No entendíamos bien
qué ocurría, así que puse atención. Un joven con playera sucia y una pala nos
veía con los labios apretados. Me dio la impresión de que dudó un segundo, pero
finalmente se abalanzó sobre el cuerpo y arrancó el viejo traje de Tobías.
No pude evitar sentirme molesta.
Entendía que ese traje no le servía ya para nada, pero es con lo que lo habían
enterrado y, de alguna forma, era suyo todavía. El muchacho estaba incómodo,
tal vez incluso asustado. Pensé que si le hablaba lo mataría del susto, así que
me decidí a hacerlo, pero no terminaba de pensar lo que le diría cuando habló
con la voz quebrada. “Perdona… Tobías. Te lo regreso la próxima semana”.
Reconocí su voz, era el enterrador.
Mi humor cambió por completo.
Cavó varios metros, abrió un ataúd, y robó el traje de un cadáver, ¿solo para
devolverlo? Dicen que la curiosidad mató al gato, yo ya era una dentadura
muerta así que nada podía pasarme. “¡Disculpa!”, grité. El pobre diablo cayó
sobre su trasero y ahogó el grito con su mano. Estaba claro que no tenía
permiso y no quería ser descubierto. “Perdona, perdona. No te asustes. Solo
quiero saber para qué quieres eso”. Naturalmente, se tomó unos segundos.
“Tobías…” “No soy Tobías. Soy sus dientes. Bueno, era, Tobías ya descansa en
paz. En verdad no me importa que te lo lleves si piensas regresarlo, ¿pero por
qué?” “Es para… Es para la graduación”.
La siguiente semana volvió el
joven. Le dije que podía quedarse el traje pero no quiso. Según él, con su
nuevo trabajo ya no lo necesitaría. Además, me cumplió un favor. Qué digo un
favor, un deseo. Después de haber metido con cuidado los huesos en el traje
bajo la cuidadosa instrucción del cráneo, me cepilló con una pasta elegante, de
esas que Tobías nunca quiso usar en vida. Menta y microcápsulas de no sé qué
diablos. La frescura es verdaderamente dulce. Hacer un favor a un chico
estudioso también se siente bien.
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