III

 1

“Se está acabando el mundo”, decía mi abuelo con su voz tipluda y la mirada clavada en la nada, como siempre, sentado en su sillón. Mientras, cada quien en lo suyo, hacíamos como que lo escuchábamos. “¡Se está acabando el mundo, les digo!”. Gritaba a ratos y alguno volteaba para sonreírle, dándole la razón para no tener que contestarle. “Se está acabando el…” “¡Cállate, abuelo!”, exploté. “La verdad a nadie le importa. El mundo sí se está acabando pero no lo descubriste tú. Lleva toda la vida caminando hacia su fin y no, no es culpa nuestra. Nosotros estamos aquí sin pedirlo, igual que tú. Intentamos hacer esto un poco más tolerable y tú no dejas de estar chingando con tus fatalidades”. Un silencio sepulcral se apoderó de la sala. Todos voltearon a verme como el loco que era por haberle hablado así al abuelo. “Lo siento”, y subí a mi cuarto.

No tenía derecho de hablarle así al viejo. Hijo de su tiempo, hay que entender que no le guste lo nuevo y vea en ello el signo inequívoco de nuestro destino. Es perfectamente natural. ¡Qué arrepentimiento sentí! Pensé que lo mejor sería bajar, pedirle perdón de nuevo a él y a la familia, y dejarlo todo atrás. Abrí la ventana para que entrara un poco de aire antes de hacerlo y fue cuando vi que, en efecto, se estaba acabando el mundo. Corrí a advertir a todos pero ya no había nadie.

2

“Métetelo en la cabeza”, me dijo mi padre por teléfono el veintiuno de diciembre de dos mil doce, mientras yo echado en mi cama y enrollado en todas las sábanas me encontraba demasiado temeroso como para salir. El famoso fin del mundo anunciado por los mayas había llegado y yo hablé a mi papá para despedirme. Él se molestó porque yo creyera en esas cosas y trató de hacerme entender. “Métetelo en la cabeza, el fin del mundo no es hoy. Ve a hacer tus cosas”. En cuanto sentí que iba a colgar pregunté, pues no quería quedarme con la duda,  “¿entonces cuándo es el fin del mundo?” “El fin del mundo es cuando se muere uno, listo. No te preocupes por eso”. Por fin me levanté.

Al día siguiente la portada del matutino. “Se muere uno en un tiroteo en la Bellavista, la policía investiga”. El fin del mundo. Corrí a casa y tomé la pistola del cajón secreto de papá. No estaba preparado para ver el fin con mis propios ojos. Jalé el gatillo y se acabó el mundo. Qué razón tenía mi padre.

3

Había una vez un fin del mundo… Ojo, esto no es un cuento. Es a ti a quien me dirijo. Los otros dos sí, esos son microcuento, minificción, textículo o como quieras llamarle. Esos sí chútatelos como tal. Pero este no. Acá pretendo burlar a la redacción para poder hablar contigo un poco. Estimo que leerán solo las primeras palabras, se irán con la finta y me publicarán sin más. Sé que así será, así que pon atención, voy a hablarte del fin del mundo.

El fin del mundo no existe. Es pura ficción. Como ficción es la literatura de ficción —e incluso la que pretende no serlo porque, seamos honestos, ¿no esperamos realmente retratar la realidad fielmente solo con letritas o sí?—. Entonces, ¿por qué pensamos en ello? Porque somos seres finitos. Como todos los demás, ¿no? Buena pregunta, te felicito. Sí, somos finitos como el resto de los seres, pero además somos conscientes de ello. Es por eso que tememos al fin de las cosas. Al fin de la vida, al fin de una relación, al fin de una amistad, al fin de la familia, al fin de las riquezas,… Si tuviéramos la certeza del infinito podríamos estar tranquilos y dedicarnos a cosas más importantes.

Esto es lo que te quería decir, pero además te tengo un regalo. El regalo de la tranquilidad. Te regalo un infinito para que te sientas mejor contigo y con la vida. Para que tengas cuando menos una certeza de que hay algo que no terminará jamás. Te regalo algo que no termina

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