Ernesto Beling

 Conocí a Ernst por pura casualidad. Paseaba por las páginas de un libro cuando su nombre saltó. Lo saludé sin recibir respuesta, su aporte más significativo lo hizo en 1906. Seguí leyendo y averiguando sobre algún tema pendiente, pero no sé si fue por inquietud o por desidia que volví a su nombre. Dos, tres, diez veces. Algo me hacía volver a su nombre escrito en una tipografía serifada. "Ernst", repetía en mi mente. El Beling que le sucedía no tenía importancia, un apellido extranjero difícilmente llama la atención en un libro escrito por extranjeros. Ernst me perturbó por la falta de letras. ¿Qué clase de sujeto no completa su nombre? Y no se diga que sus padres tuvieron la culpa, bien que él mismo pudo haberlo cambiado a lo largo de su vida. Él, Ernst, se conformó con un nombre escindido de la e y de la o, con un nombre mutilado. Aunque no era el caso, me pregunté si podría confiar en alguien que prefirió pasar a la posteridad cometiendo semejante acto.

Historia corta alargada más de lo necesario, decidí seguir leyendo sin dejarle salirse con la suya. Ernesto Beling, me sentí satisfecho con mi labor, llegaron a su fin más de cien años de carencia en una labor de desapego al orgullo propio, fácilmente cegado por los convencionalismos de la academia. 

Páginas más adelante vi a un imbécil que llamaba Carlos Marx al buen Karl, que dios se apiade de su alma por no entender las minucias de la completitud en los nombres.


Comentarios