Cuatro con dos por la mañana

 Ya poco o nada sé de la escritura. Me alejé hace tiempo y hay veces en que pienso que igual no vuelvo. Y es que cuando antes me helaba la sangre pensarlo, hoy no me llega a los pulmones. Parecen lejanos los días de hace pocos años en que veía un destino, algo a lo que siempre iría. Hasta que me consumiera. 

A veces me miento. Estoy esperando a que salga rugiendo de mí, aunque sea yo quien grita cuando se acerca. Me inserto sin derecho en los anhelos de una habitación propia y figuro un escritorio limpio en mi mente. Le temo a lo que pueda hacer antes de los veinticuatro, tratando de convencerme de que espero justo eso. Me veo de mesero o en una tienda de telas, dejando de lado un sueño tosco de defender a otros para defenderme a mí mismo, escribiendo en serio y en serie, alternando las idas y vueltas de la incertidumbre.

Otras veces me conforto. Despacio, despacio que llevo... Ya volverá cuando vuelva, sigue siendo inevitable, sigue siendo irresistible. Pesa más que la vida y la rutina juntas, que la pereza y la desidia. Volverá latiendo con fuerza y con el pulso que haga falta para volver a ser libre y soltarme sin pensar en lo que queda pendiente.

Las menos intento ser cierto. Infinitas posibilidades salieron de las mentes de otras y otros como yo. Tiempo y tinta. Pero primero lo primero y a terminar lo que se empieza. Una constitución ociosa requiere estabilidad para seguir funcionando. Que el papel no sea la meta y jamás pase de medio, y por más que me consuma, presentar un libro no sea mejor que escribirlo.

Por lo pronto, espectador de mi vida, lo sobrellevo como mejor puedo. Escribo. Aunque poco, aunque no siempre. Aunque haya que repetir la misma canción diez veces para terminar cinco párrafos. No sé si es inevitable, pero al menos es muy rico.

Comentarios