Ella

Hizo el último ajuste a su bouquet y se notó hermosa. Los días de ocultarse se perdieron en la llamada de la madrina, su mejor amiga, quien más la había apoyado en los últimos años, los más frenéticos de su vida. Temor, sorpresa, aventura, decepciones y triunfos. Pero ahí no terminaba y ella lo sabía. Desde que comenzó el cambio entendió que la vida no es solo amargura y que estar con feliz con alguien más no es imposible. Atrás quedaron las lágrimas y los gritos, el hervor en la sangre causado por las hormonas correctas rayaba de pasión su vida y de esperanza su futuro.

Una segunda llamada dibujó la sonrisa que ella esperaba definitiva y le hizo apresurarse a la puerta. Girando la perilla sintió unos nervios que nunca antes había conocido. Quiso voltear al espejo una última vez pero se contuvo. Apuró unos cuantos pasos sobre unos tacones rojos como los que llevaba tanto tiempo viendo en los aparadores de camino al trabajo, tropezaba cada tanto pero no le importaba. 

Llegó por fin a la sala donde todos esperaban. Él la miraba sin el menor rastro de dudas, tranquilo como siempre y tan guapo con su barba arreglada para la ocasión. Sus padres esperaban a un lado, perfectamente vestidos y con la amable melancolía de los que ven partir a un hijo. Su amiga lloraba sin dejar un instante fuera de la lente. El juez listo con los papeles y las plumas, impasible y acostumbrado a presenciar amores de todo tipo. El estruendo de un aplauso generalizado la sacó del idilio en el que estaba. Agradeció con la mano en el pecho ahogando un llanto, lloró un poco y llegó hasta la mesa donde él le negó por primera vez un beso. "Ya llegaremos a casa esta noche", le dijo. Apretó fuerte la pluma y la aterrizó sobre el papel. Ella sí fue, en la medida de lo posible, feliz para siempre.

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