Era de los que pone música

Era de los que ponen música. Lo conocí en un bar de la Madero un día en que llovía y yo trataba a toda costa de que no se me mojaran mis papeles. Lo noté en cuanto entré, tenía una cerveza en la mano pero volteaba ansioso hacia la entrada, extraviando su mirada por momentos sin apenas prestar atención a todo lo demás. Dentro hacía un calor húmedo que dificultaba el movimiento y me tuve que convencer para quedarme. “No es tan tarde y no estamos para agarrar un taxi”, así que me senté cerca de su mesa. Pedí agua mineral y me trajeron botana. El mismo mesero que me atendió pasó por su mesa llevándose dos botellas vacías y un plato morusiento. Él se levantó y se estiró, la mano a la bolsa para sacar el dinero de la cuenta que ya traían junto con mi agua. A su salida, sabiéndose favorecido por la luz azul se acercó hasta donde yo estaba. Solo dijo "Hola", y se sentó.

No lo noté ahí mismo porque me urgía llegar a casa sin percances, pero creo que pude haberlo sospechado. La forma en que movía el pie con cada golpe de bombo, seguir el ritmo del bajo con la cabeza, la entonación melódica con el movimiento de sus dedos. Era un adelanto y me lo llevé a casa sin darme cuenta.

Lo primero al entrar a mi cuarto fue poner los papeles en la cómoda. Controlada esa crisis pude concentrarme en él. Lo segundo fue saltarse el protocolo, actitud propia de los que han tenido que esperar todo el camino sin nada más que unos besos y una conversación lánguida con el taxista. Me lancé sin pensarlo y dejamos que el alcohol y el instinto nos guiaran. El resultado fue bastante menos que espectacular, y si hay que tenerle un mínimo respeto a la verdad, lo hacía de forma espantosa. Parecía que su intención, lejos de buscar el placer, era ablandar mi carne. Sospeché que sería su vez primera, pero nunca fui de esas personas que hacen preguntas incómodas en momentos inapropiados, así que intenté concentrarme sin éxito. Pasaron unos minutos y no sé si terminó o si nos cansamos. Yo me levanté al baño. Con la decepción a cuestas no podía dejar de pensar en qué había salido mal. Lo traje sin reparo porque se movía bien en el bar y ahora parecía un muñeco inflable, sin gracia, sin ritmo. Solo entonces me di cuenta.  

Salí de inmediato y tomé el celular, lo conecté a una bocina y puse la música del bar. En la cama operó un milagro. Se puso de pie con una sonrisa amplia y juguetona, empezó a bailar desnudo. No sé si les ha pasado pero para mí era algo nuevo y solo supe que esa era mi entrada. Me lancé otra vez con renovadas esperanzas que, como puede adivinarse, fueron colmadas con criterio. Era una persona distinta, su cintura alcanzaba cadencias extraordinarias y supe finalmente lo que en verdad significa tener ritmo. Terminamos empapados y felices, dejé la música a un volumen adecuado y dormimos entre notas enrevesadas.

Al día siguiente debía despertarme muy temprano. Al hacerlo él ya no estaba. No sentí cuándo se fue pero no se quedó mucho tiempo. Me preparé y cuando estuvo todo listo fui a la cómoda. Más tarde perdí mi lugar en la orquesta y con ello un primer sueldo estable en el mundo de la música. Al director no le interesó mi historia en lo más mínimo, lo importante era que no tenía la copia de las partituras que nos había dado un día antes. Me molesté y volví a casa sin resignación en mi persona. Ahí estaba él, con un fólder. "Disculpa, no te avise. Les saqué copias y cuando volví no estabas". Me vio molesto. Sonrió. "No sabía que tocabas", continuó, "tengo una banda". Esa noche la música hizo vibrar la casa.

 

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