El fin de México

 No le creí a mi mamá cuando dijo que México se había acabado. Pinche vieja argüendera, se la vivía diciendo que el mundo estaba llegando a su fin y cosas de ese estilo. Pero empecé a sospechar que tal vez no mentía cuando tuve que subir a mi carro para encontrar un puesto de tacos. Los de mi cuadra no estaban. "Habrán descansado", pensé. Pero no era día de asueto. Conducí hasta el centro con la atención clavada en cada esquina, en cada luz. Nada. Ni un mísero puesto de tacos ofreciendo pastor al eterno dos por uno o cocas de vidrio. Tampoco vi partidos de futbol en las pantallas. Nada de policías pidiendo mordida. 

Me orillé. Bajé del auto y llamé a mamá. Le dije que tenía razón rápidamente y colgué, no quería hablar más que lo imprescindible. Grité. "¡Puta madre! ¡Pinche país de mierda! Ni para eso sirves, chingada madre. ¡No puedes ni ser tú!" Recuperé el aire y me di cuenta con mi grito de que México seguía siendo México al quejarse de sí mismo. 

Como por arte de magia apareció un puesto de tacos. Caminé hasta él y pedí unos de suadero y una fanta bambucha. Me chuté el partido y saqué dos billetes de a doscientos, uno para los tacos y otro para el cabrón que ya me sacaba las placas.


Comentarios