Doritos

 Pocas cosas en la vida delatan de mejor forma el amor de una pareja que el prístino acto de compartir una bolsa de totopos enchilados. 

Haciendo gala de la técnica más óptima (pulgar e índice a modo de pinza, el resto de los dedos perfectamente extendidos para alejarlos del polvito que todo lo mancha), el amante hace los turnos alternando el convite entre las bocas. 

Ambos los dos pueden y deben disfrutar de la bondad de lo que comen (acotación necesaria es establecer desde ahora que si solo uno come, hay una separación a la vuelta).

Merece también atención la mirada, que sin ser un fatídico signo, dice mucho sobre el tipo de relación. El brillo indica el tiempo que llevan juntos. El contacto visual, la cercanía y la confianza que se tienen.

Bocado a bocado, los totopos se terminan. Llegados a las morusas, es cuestión de cortesía ofrecerlas al otro, pero es etiqueta estricta agradecer sin tomarlas, correspondiéndoles inherentemente a quien repartió.

La bolsa ha de tirarse en seguida en donde corresponda según la cultura que se tenga, o bien, guardarse para después. Esto último no es recomendable si no se hace el doblez adecuado, pues los olores que trasminan suelen ser molestos.

Con esto en cuenta, fue un auténtico deleite ver a una pareja de mariachis compartiendo unos Doritos en la oruga.

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