Afectos secundarios de la cuarentena
"La verdad no pensaba
terminar con ella. Nos sabíamos atrapados con el otro, pero había una promesa
no hablada de no jalar el gatillo. Las circunstancias no estaban para una
ruptura limpia". De estas palabras tomó nota el abogado de Carmina. Yo ya le
había advertido a Carlos que no podía declarar con metáforas. La jueza lo
previno y aclaró la expresión: "Estábamos de acuerdo en no terminar la
relación durante la cuarentena. ¿Continúo?" "Por favor, y por el
principio".
"Recuerdo que fue el
veintitrés de marzo cuando anunciaron lo de quedarse en casa. Yo me enteré por
Twitter y ella lo vio en la tele. Cenamos más quietos de lo normal, tratábamos
de tomarlo con calma. Hasta abrimos una botella para celebrar las vacaciones
imprevistas. ¿Puede creerlo?" Carlos fijó la mirada en la jueza. "¿Perdón...?",
respondió ella. Yo intervine de inmediato. "Por favor, disculpe a mi
cliente, señoría. Permítale continuar su relato, ya no hará preguntas
retóricas". Marqué mucho esas últimas palabras.
"La primera semana fuimos lo
que se dice… Estoicos. Dejamos de discutir y nos dedicamos a planear la
cuarentena. Calculamos dos meses, y aunque hubiéramos querido que fuera menos,
aceptamos esa tregua prolongada. El resto de ese mes transcurrió bien,
tranquilo. Volvimos a hablar de lo que pasaba, respetábamos nuestros tiempos y
espacios, e incluso vimos unas películas juntos. Debo admitir que en algún
momento hasta pensé que podríamos recuperar lo perdido…" Se detuvo y buscó
a Carmina en la mesa de enfrente, pero el fleco no le dejó verla y el otro abogado
le pidió que siguiera. "Así pasó el primer mes, nada fuera de lo común.
Salvo quizás por la paz que se sentía en el ambiente".
"Fue hasta el segundo mes, a
finales de abril, cuando ella... Cambió." La jueza le pidió repetir la
última palabra y él lo hizo, adoptando un tono más severo. "Un jueves me
pidió que le calentara algo de leche y se la llevara a la cama. No entendí porque,
pero lo hice. La dejé sobre el buró, y al volver a la sala para acomodar mis cobijas
ella me pidió que le pasara la taza. Caminé hasta su cama y se la di en la mano.
En ese momento noté una mirada que no conocía. Le di las buenas noches y me retiré
de prisa, no fue fácil conciliar el sueño". Carmina levantó la cara. La vi
cansada. Le temblaba el labio, necesitaba decir algo pero se contuvo.
Permaneció atenta, su abogado seguía tomando notas. Carlos no la vio. "Al
otro día preparé el desayuno y ella salió de su cuarto en pijama. Nunca la
había visto dejar el cuarto sin arreglarse. Comimos y seguimos con normalidad
hasta que se hizo tarde. Me dijo que se quería acostar temprano y volvió a
pedirme leche. Lo hice y de nuevo traté de dejar la taza sobre el buró, pero
esta vez me pidió que yo se la diera. En la boca". El silencio propio de
la sala caló aún más hondo, nos cimbramos y sentimos la atención de todos los
presentes sobre Carmina. Ella agachó la cara de nuevo y Carlos se frotó la
frente.
"Pasó lo mismo al otro día.
Y al otro. Y al otro. Cada día me quedaba más tiempo con ella, sentado a la
orilla de la cama, vertiendo la leche sobre sus labios. No me atrevía a
preguntarle qué estaba pasando y tampoco a dejar de hacerlo. Para el martes me
pidió que la leche estuviera en un biberón. Accedí sin oponerme."
"Disculpe, señor Carlos, ¿usted quiere llegar a algo?" "Sí,
señoría. Ya casi termino. Digamos que la dinámica siguió creciendo. Para la
tercera semana de mayo algo había cambiado en mí. Ya no pude verla como mi pareja.
La arrullaba hasta dormir y le contaba cuentos. Seguía calentando leche y le compré
un mameluco en internet. En realidad, nunca me había importado la diferencia de
edad, pero ahora me parecía aberrante. Me dolía pensar que habíamos estado
juntos. La mañana del primero de junio seguíamos en el departamento y no había
claridad sobre cuándo saldríamos exactamente, pero tampoco estaba muy claro si
queríamos irnos. Trataba de ser racional. Pensaba que habíamos sido víctimas
del encierro, de una locura pasajera por no tomar el sol y pedir todo a
domicilio. No me atreví a decirle lo que sentía, pero rompí el pacto."
Carmina sollozó, había aguantado el llanto todo el rato. Nadie respiraba. La
jueza había dejado de tomar notas para escuchar a Carlos. Uno pensaría que en
materia familiar se ha visto todo tras treinta años, pero la doctora
Villalpando estaba claramente perdida.
"Ese primero de junio decidí
terminar la relación con Carmina, señoría. Lloramos juntos. Aceptamos que
tendríamos que pasar el resto de la cuarentena oficialmente separados, pero en
la noche calenté más leche. Señoría, sé que esto no es normal y me da mucha
vergüenza pedirlo". Carlos lloró. Sacó un pañuelo del saco y como
buenamente pudo secó sus lágrimas y el moqueo. "Señoría, quiero que nos
divorcie y me permita adoptar a Carmina".
Hasta aquí llega mi relato, damas
y caballeros. Cuando Carlos anunció finalmente su pretensión ante la jueza ella
lo detuvo. Suspendió la audiencia y decretó un receso de media hora,
llamándonos a mí y a mi colega. Aparentemente Carmina no le había dicho nada a
su abogado. Él pensaba que solo era un divorcio. Yo sí sabía y no pienso
negarlo. La doctora Villalpando solo desestimó el caso, no resolvió tomar
ninguna medida disciplinaria. ¿En verdad lo harán ustedes?
Quiero que sepan dos cosas y con
esto concluyo. Primero. No pienso ser yo quien determine lo que es el amor, ni
tampoco me siento en posición de delimitarlo de ninguna forma. Creo firmemente
que cuando dos almas se encuentran y quieren estar juntas, de la manera que
sea, deberíamos permitirlo. Además, necesitaba el dinero, y sé que todos aquí
saben que el Gran Encierro nos trajo también una gran crisis económica. Ninguno
de nosotros está en posición de negarle la atención a un cliente que puede
pagar. Esto es todo lo que tengo qué decir, agradezco a los presentes y al
respetable Comité de Ética de este Honorable Colegio de Abogados. Es cuanto.
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