Garra

Todas las mañanas le daba los buenos días a Garra. Él yacía en el suelo, como siempre, con los cachetes colgando y la mirada melancólica. Me estiraba y me veía atento.

Garra era un buen perro que no era un perro, pues era un suéter. Un suéter que hace un par de años aventé sin fijarme y cayó dando forma a un mastín napolitano que no quise deshacer por un tiempo. Al paso de los días me fui encariñando y pronto se hizo un buen amigo. Llegaba de la escuela y le contaba lo que había hecho. Le platicaba mis aventuras y desventuras. Cuando llegaban las calificaciones él me felicitaba o me reprimía, porque a él sí le importaba. Un día me vio llorar, y hubiera jurado que una lágrima rodó por su mejilla, aunque tal vez era pelusa. Pero a mí me daba igual, Garra era mi amigo. Era.

Un día llegó a casa una señora de limpieza, y a pesar de las instrucciones expresas de no tocar nada en mi cuarto, la muy indecente decidió que doblaría a Garra para "ponerlo en su lugar". No pude decir adiós a mi compañero.

En numerosas ocasiones aventé el suéter con la lejana esperanza de volver a ver su mirada melancólica y los cachetes colgantes. Algún intento se le pareció, pero no era Garra... Él se había ido, y yo debía hacerme a la idea. Tuve que aprender a vivir un día a la vez sin mi mejor amigo...

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