El costurero

Abogada, fue su respuesta. Hizo un esbozo sobre sus funciones en el despacho, viéndose satisfecha con la reacción del otro. Aquel ensayó una suerte de impresión positiva e indagó un poco más sobre su trabajo. Ella añadió un par de cosas y concluyó.
La cita había sido arreglada por sus amigos; ellos pusieron la fecha. El restaurante en el que comían era uno poco concurrido en el centro. Ellos platicaban. La química lucía forzada, aunque suficiente como para prolongar la charla más allá de los primeros minutos. Era el turno del otro para responder. Sus ojos bajaron por un instante antes de empezar a hablar.
Soy costurero. Ella sonrió extrañada. Me especializo en remendar. ¿Tela? No precisamente. ¿Entonces? Soy costurero de sombras. Ella se esforzó por no reír: era el oficio más peculiar que había escuchado en su vida. Pidió una explicación, y él lo pensó un rato antes de responder.
Desde niño encontré que tengo una especial habilidad para remendar sombras. Lo descubrí con mi desafortunado gato. Cierto día tomé tijeras, hilo y aguja; lo sujeté por su sombra. Le quité la cola para ponerle alas. Eran unas alas muy pequeñas, pero se notaban si veías de  cerca. En posteriores ensayos lo seguí remendando. Él se molestaba un poco, pero terminó por aceptar su condición de sujeto de prueba. Seguí practicando con amigos y otras mascotas. Ahora me dedico a ello.
Ella no daba crédito a lo que escuchaba. ¿Eres el único que lo hace? Hasta donde el costurero sabía, no tenía competencia. La impresión era palpable, pero él, sereno, revolvía su trago y sonreía.
Lo importante es tomar la sombra con firmeza. El proceso no duele ni un pelo, pero puede ser inquietante ver cómo pierdes tu sombra. Es como un tatuaje, pero puedes arrepentirte y recuperar tu sombra inicial, aunque poca gente lo hace. Soy bueno en lo que hago, y tengo buenos resultados.
Ella estaba intrigada. Veía a este hombre con otros ojos. Cumplía una función posiblemente esencial sin que nadie lo supiera. El costurero de sombras era único. ¿Qué más puedes decirme?
Te sorprendería saber cuánta gente se siente disconforme. Los que acuden por esto son algo triste, pero los comprendo y remendo sin hacer preguntas. Normalmente piden sombras más delgadas o más altas, aunque también llegan a pedir una más robusta o menos estirada. Otras personas acuden a mí por curiosidad y se hacen cambios menores. La mayoría de las veces vuelven pidiendo cambios fantásticos. Mis favoritos son los niños, pues exigen al máximo mi creatividad. Mi almacén de retazos es limitado, por lo que siempre es interesante hacer que un niño de ocho años tenga la sombra de un dragón. Una niña en una ocasión quiso proyectar un pony. Al terminar, decidió que prefería un pegaso; revisé la reserva y solo quedaba un trozo. Les di la mala noticia y sus padres reaccionaron dando cada uno un brazo. Pude hacer unas bellas alas en cuestión de minutos. Hay que estar abierto a donaciones.
Las últimas palabras resonaban en la mente de la chica. No daba crédito a lo que escuchaba. Este hombre no caía en ninguna clasificación preexistente. No estaba segura de qué quería de él, pero sin duda le interesaba. Lo veía, con actitud imperturbable. Sonreía con amargura divina, como si se supiera digno de admiración, pero ajeno a ella. Solo quiero preguntar una última cosa. ¿Cuál ha sido tu mejor trabajo?
El semblante del costurero cambió. Se puso serio y dio un último trago a su bebida. Pidió la cuenta.
Un día entró un hombre a mi taller. Se le veía desolado. No le terminaba de saludar cuando pronunció la palabra fatídica. “Quítamela”. La voz quebrada confirmó mis sospechas. Estaba deprimido. Debes saber que la sombra tiene cualidades asombrosas. Puedes manipularla infinidad de veces sin que le pase nada. No se maltrata y no pierde sus propiedades. Sin embargo, hay una parte esencial que no debes tocar en absoluto: la conexión. Los primeros milímetros que hay entre el cuerpo y el resto de la sombra son intocables. Si los lastimas, la sombra se separa. Separada, el cuerpo la pierde por siempre y es imposible asignarle una nueva. Si bien no juzgo al mundo, consideré esa decisión como imprudente. Vivir sin sombra sería privarse de una parte de sí. Estaba por condenarse a vivir incompleto. Confesó que pensaba partir, y dijo que a donde iba no necesitaría ese lastre. Entendí a la perfección y no hice mucho por convencerle. La decisión estaba tomada y yo solo sería el ejecutor. Con pesar quité la sombra y la reservé. El hombre se fue.
El costurero sacó un billete y lo puso sobre la mesa. Se levantó, secó el sudor con un pañuelo. Sonrió a la chica y agradeció la cita. Ella se levantó insatisfecha, necesitaba saber más. Le dio un beso en la mejilla y salió con él del lugar.

Afuera, las sombras cobraron un significado diferente. Ahora tenían propiedades, no eran simples proyecciones. Dejaban de ser ausencia de luz para ser expresión de persona. Un mundo nuevo y maravilloso apareció frente a ella. Se despidió por última vez del costurero y sonrieron. La cita había sido adecuada, pero él no se veía interesado. No ocultaba su alegría, pero tampoco su falta de fuerza para seguir intentando. Lo vio partir con las manos en los bolsillos y la mirada hacia arriba. Agachó la mirada en busca de su sombra, y sus esfuerzos fueron vanos. 

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