Cuestión de nombres

Julio César se dio cuenta de que su vida se destinaba a ser un desastre el día en el que el profesor reconoció su nombre. "Me gusta tu nombre... Julio César. Fuerte. Valiente. Es un nombre con carácter". Él se sentó y pensó. Nunca antes le habían dicho algo así, y ahora su nombre lo asociaba con el gran Julio César. No cabía duda de que una conexión de semejante naturaleza lo obligaba a llegar lejos. Sin embargo, se sabía un poco inútil.

Un simple comentario orilló a Julio César a recordar todos sus fracasos de una. Cómo aprendió a hablar hasta los cuatro años, a ir al baño hasta los cinco, a atarse los cordones hasta los diez. Siempre lento y medio fracasado, iba por la vida sin pensar mucho en ello hasta ese día. El giro que dio la vida con lo que le dijo el profesor le aseguró un día amargo, y luego, una semana, un mes, una vida.

Por su parte, Julio a secas, el nunca reconocido vecino de Julio César que siempre fue un poco más idiota que este último (habló a los cinco, fue al baño a los seis, se ató los cordones a los once) se acostaba en su colchón caro con su esposa trofeo y disfrutando de un empleo por encima de sus posibilidades.

No se confunda ahora este brevísimo relato con una enseñanza moralina sobre cómo es la percepción de uno mismo lo que define nuestro futuro. No. Entiéndase más bien cómo el nombre puede definir a una persona, a tal grado que puede cambiar su vida por completo a pesar de sus circunstancias. El buen Julio César sufrió el peso de un nombre grande. El no tan malo Julio a secas, no.

Mientras todo esto ocurre, a lo lejos golpetea un teclado el no tan afortunado...

JMGC

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