Betty

De haber sabido que al fin y al cabo íbamos a terminar compartiendo, me hubiera tomado menos tiempo hacerme a la idea de que Alejandro no es solo mío, sino también de Betty. Después de quince años casados, difícil sería que él siguiera teniendo ojos solo para mí. Aunque dicho sea con toda honestidad, al principio pensé que ella era lo que se dice: un pasatiempo. Si alguien me hubiera dicho que progesaría hasta donde estamos hoy no lo hubiera creído.

Betty no es fea, he de admitirlo. De hecho, es bastante bonita. También es joven. Mucho más joven que yo. Mi marido la vio por primera vez en el centro comercial y babeaba por ella aunque yo estaba a lado. No presté atención porque apenas me molestaba que viera. Pero desde ese día su ansia por ir a ese lugar me hizo sentir rara, aunque lo justificó diciendo que nos hacía falta salir más a estar entre la gente. Concedí, pero estaba equivocada.

El día que los vi llegar juntos hasta el porche de nuestra casa no pude hacer otra cosa que sonreírme al espejo. "Ya ves. Te dije que algo estaba raro". Me asomé por la ventana con sigilo y vi como la acariciaba con delicadeza. Entró callado. Le serví la cena y apenas sí me contestó cómo le había ido. No preguntó por mi día ni por la revista que le llegaba mensualmente. Dormimos. Al día siguiente lo vi partir con ella. Él sabía que yo sabía y aun así no se molestó en mencionarlo. Los meses siguientes fueron una interminable pelea.

Las discusiones diarias al partir por la mañana y al llegar por la tarde nos fueron cansando. Pensamos incluso en el divorcio, pero a nuestra edad es algo tonto considerarlo. Al final se redujo a una competencia por ver quién cedía antes y fui yo la rotunda perdedora. Aunque no se me debería culpar tampoco, perdí contra una digna rival. Haciendo cuentas, me gustó más la idea de medio marido que nada de marido. ¿Qué puedo decir? Así estamos bien ahora. Ya no hago corajes y hasta salgo con ellos y me divierto. Después de todo, lo único que hace Betty es ser ella misma. Nunca pretendió molestarme a mí, solo quería hacer feliz a mi marido. Y como puede verse ya ni siquiera me molesta llamarla por su nombre, aunque jamás entenderé la puta manía de ponerle nombre a las motocicletas.

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