El pendejo que se murió por idiota

Fatídico, le sobrevino un último latido y el correspondiente suspiro. El rictus de su rostro revelaba que tal vez no había valido la pena, o bien, todo lo contrario. Yacía su torso en la mesa acompañado de un par de botellas y una docena de cajetillas vacías cuando la policía entro por recomendación de un vecino. Encontraron su cuerpo desdichado aún con un cigarro en la boca. Hojearon sus notas con poco cuidado y solo uno opinó algo, pero no se atrevió a decirlo. “Definitivamente somos más salvajes”, pensó. Dieron parte y volvieron al trabajo. El cuerpo fue velado por unos pocos y no iba a ser extrañado pasado el entierro.

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