Chile-Limón

Un día al limón le dio por ya no ser agrio. Al principio no daba crédito cuando le exprimí una mitad a mi fruta y se supo a picante. Por supuesto pensé que era ese limón en particular, así que tomé otro. Repetí la acción y una vez más el picor estaba ahí. Me molesté y fui a reclamar a la tienda; solo entonces me quedó clara la dimensión del problema. Las calles, otrora normales, veíanse atascadas de gente indignada, todos gritando y reclamando que les habían arruinado sus comidas. Algo tímido, me incorporé a una de las multitudes y adopté el grito de guerra. En realidad era poco lo que me importaba, pero ya me habían contagiado.

Pasaron varias horas antes de que, de entre la multitud, surgiera alguien con un poco de seso: ¡Oigan todos!, dijo el insulso, ¿y por qué no exprimimos un chile a ver qué pasa? Fue vitoreado y alzado en brazos. Por ser él el artífice de la idea, se le dio a él el chile que habría de ser ensayado (un morita). Efectivamente, el chile no sabía a chile, pero tampoco sabía a limón, sino a sandía. La mirada atónita de las multitudes daba fe de lo insólito del acontecimiento. Se dispersaron a sus casas a meditar sobre lo ocurrido.

El orden mundial, hoy recompuesto, estuvo en crisis por espacio de diez años, mientras las pesquizas de sabores eran llevadas a cabo. Se tuvo que probar de nuevo cada fruta para verificar que mantuvieran sus propiedades. Como ninguna lo hizo, fue un trabajo arduo el reclasificarlas. No faltó el gracioso que mintiera al respecto para arruinar una comida, pero gracias a esos personajes se fueron descubriendo también nuevos sabores. A día de hoy la vida es como antes, o al menos se cocina igual, que es lo más importante. Lo que definitivamente no volvió a ser lo mismo fue nuestra percepción de la realidad. Ese evento de desconocida procedencia nos hizo replantearnos, a todos, la validez de lo que conocemos. Probablemente es por esto que ahora escribo esto en un paraguas, sentado en un perro muerto, a las afueras de un edificio de gobierno convertido en putero, mientras una niña pobre me ve desde su auto de lujo, y eso sí, tomándome un vaso de agua de chile, que igual antes sí existía pero que ahora sabe a limón.

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