El pacto

“Te digo que no”, espetó hastiado el buen José. “No es que ya no confíe en ti, sino que es algo que prefiero reservarme”. Su amiga, de mala gana, dejó de chingar. Al menos momentáneamente, pues a los pocos minutos otra vez insistía. “Por favor… ¿Qué tan malo puede ser? Cuando yo hice el pacto te dije lo que ya había pedido”. En verdad, ella le había contado que pidió ser trilingüe cuando invocó a Satanás. Ahora él lo había hecho, aunque no sin cierto escepticismo. Siguiendo al pie de la letra las instrucciones que ella le había dado, un primero de noviembre a la medianoche se encerró en su habitación habiendo cubierto el techo con una manta negra. En una mesa de tres piernas que acomodó en el centro puso dos velones negros, y entre estos dos un cráneo humano, el cual convenientemente compró al velador del cementerio. Acto seguido procedió a desnudarse por completo mientras tocaba el cráneo y recitaba la oración especial que consistía en maldiciones y negaciones de las divinidades, asegurando la conversión a una servidumbre incondicional para con el maligno. Finalmente hizo su petición y se dispuso a limpiar. Ahora hablaba con su amiga, quien una vez más le rogaba que le dijera. “¡Está bien! ¡Está bien!”, se rindió el buen José, “pero si te ríes te dejo de hablar, pesada”. Aclaró su garganta y finalmente pudo hacer la confesión. “Pedí un pene más grande”. Naturalmente, ella estalló en carcajadas. Después de un rato de hiperventilación se repuso y pudo preguntarle: “¿Y sí se te cumplió?” “¿Tú eres trilingüe?” Volvió a carcajearse y él le vio la gracia, así que rieron juntos por un rato.

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