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Amor de padre

 "Pero, mamá... Ya te dije que no me gusta nadita" "No importa, Bernabé. Tienes que tomártelo". "Mamá... Te prometo que si me perdonas hoy, mañana me tomo dos vasos". "Bernabé, ya cállate. Buenos días, señorita. Le encargo por favor un jugo surtido. Sí, con betabel. Sí, también con apio. Es para este chiquitín, que no quiere crecer." "Mamá, ya te dije que no me importa ser alto". "Berna... No vas a ser alto, vas a ser gigante, como tu papá". "Como papá... Ya ni sé qué tan alto es ese tipo". "¡Bernabé! ¿Qué te dije sobre llamar así a tu padre?" "Mamá, ¡lleva seis meses en ese estúpido faro! Ni sabe que ya tengo novia..." "No tienes novia, escuincle. Es tu amiga, estás muy pequeño para tener novia". "¿Tú qué sabes, mamá?" "¿Que yo qué sé? Sé más que tú". "No creo, mamá. Papá ama más al mar y yo apenas te aguanto". Flor se aguantó el nudo en la garganta y dio u

Tras la muerte aún hay favores

  Las uñas y el pelo son de queratina. Por eso no se descomponen tan rápido como la piel y la carne. A los pocos meses, un cuerpo sin vida se habrá reducido a queratina, y a calcio. El calcio también aguanta más, y eso significa que los huesos y los dientes se mantienen. Si no fuera así, no podría contar lo que ocurrió anoche. El tiempo transcurría como siempre en la oscuridad de la caja. Humedad, silencio, paz y descanso. Solo los huesos y yo estábamos despiertos, hablando de las roturas que tuvimos en vida. Justo cuando la conversación comenzaba a hacerse aburrida nos interrumpió un ruido, y un instante después el primer rayo de luz en años. No entendíamos bien qué ocurría, así que puse atención. Un joven con playera sucia y una pala nos veía con los labios apretados. Me dio la impresión de que dudó un segundo, pero finalmente se abalanzó sobre el cuerpo y arrancó el viejo traje de Tobías. No pude evitar sentirme molesta. Entendía que ese traje no le servía ya para nada, pero es

Afectos secundarios de la cuarentena

  "La verdad no pensaba terminar con ella. Nos sabíamos atrapados con el otro, pero había una promesa no hablada de no jalar el gatillo. Las circunstancias no estaban para una ruptura limpia". De estas palabras tomó nota el abogado de Carmina. Yo ya le había advertido a Carlos que no podía declarar con metáforas. La jueza lo previno y aclaró la expresión: "Estábamos de acuerdo en no terminar la relación durante la cuarentena. ¿Continúo?" "Por favor, y por el principio". "Recuerdo que fue el veintitrés de marzo cuando anunciaron lo de quedarse en casa. Yo me enteré por Twitter y ella lo vio en la tele. Cenamos más quietos de lo normal, tratábamos de tomarlo con calma. Hasta abrimos una botella para celebrar las vacaciones imprevistas. ¿Puede creerlo?" Carlos fijó la mirada en la jueza. "¿Perdón...?", respondió ella. Yo intervine de inmediato. "Por favor, disculpe a mi cliente, señoría. Permítale continuar su relato, ya no hará pre

Liminar

 Las letras aparecen, una a una, ocupando espacio, y se ordenan en una sintaxis que no quiere llevar a nada, que no quiere decir nada, que lees.

Mi padre y los libros

 Desde que era niñx lo notaba, pero nunca me había planteado la pregunta de forma tan contundente como lo hice ayer. ¿Por qué si mi padre se la pasaba leyendo estaba cada vez más pendejo? La orden usual era "Anda a ver qué está haciendo tu papá". Ahora comprendo que es un pedo cocer el arroz con alguien agarradx de tu pierna, y si mamá nunca me dio un buen zape es porque ella es una santa. Pero en su momento, aquello se sentía como una misión hecha al talle, un deber, una indicación que venida de los más altísimos rangos tenía que ser realizada por mi persona, sin ningún pero y con la máxima calidad. Yo corría hasta la sala, donde sabía que él estaba. Siempre que no tuviera trabajo o algo de qué hablar con mamá, estaba en el sillón verde, con las piernotas estiradas y un libro entre ceja y ceja. "¿Qué haces, papá?" "Leyendo". Nunca levantaba la mirada. "¿Me lees?" "Ehm... Ahorita no... Pero... De todas formas es un libro difícil, te vas a ab

El "Invencible" Páez

 Mi abuelo, el entrañable "Invencible" Páez, fue una persona como cualquier otra del universo de gentes que consagra su vida al crimen organizado. Nunca lo supe de primera mano, lo cual es natural cuando naces tras la muerte de alguien, pero mi abuela me contaba que todos los días le rezaba a la Santa Muerte, tomaba su fusca y se lanzaba a buscar la papa. De morrilla me parecía de lo más natural, pero una vez en la clase de civismo la maestra hizo un examen y días después había trabajadores sociales del DIF en la casa. Mi mamá le puso una cagotiza a mi abuela. Según parece, no tenía idea de las historias que me contaba.  Algo que nunca entendí de mi abuelo fue la necedad de cargar cuete. "Pura precaución, Andi", decía mi abuela. Ni madres, para mí que andaba en algo más chueco. Siempre he dudado que se bastara con chingar teléfonos públicos. Pero ni ella lo va a reconocer, ni mi madre me va a dejar investigar, así que mejor hago mutis de ese tema. Eso sí, me re-gust

Cuatro con dos por la mañana

 Ya poco o nada sé de la escritura. Me alejé hace tiempo y hay veces en que pienso que igual no vuelvo. Y es que cuando antes me helaba la sangre pensarlo, hoy no me llega a los pulmones. Parecen lejanos los días de hace pocos años en que veía un destino, algo a lo que siempre iría. Hasta que me consumiera.  A veces me miento. Estoy esperando a que salga rugiendo de mí, aunque sea yo quien grita cuando se acerca. Me inserto sin derecho en los anhelos de una habitación propia y figuro un escritorio limpio en mi mente. Le temo a lo que pueda hacer antes de los veinticuatro, tratando de convencerme de que espero justo eso. Me veo de mesero o en una tienda de telas, dejando de lado un sueño tosco de defender a otros para defenderme a mí mismo, escribiendo en serio y en serie, alternando las idas y vueltas de la incertidumbre. Otras veces me conforto. Despacio, despacio que llevo... Ya volverá cuando vuelva, sigue siendo inevitable, sigue siendo irresistible. Pesa más que la vida y la rutin

Takan, takan

 Takan, takan. Takan, takan. Takan, takan. Takan, takan. Takan, takan. Nunca nadie logrará convencerme de que la sociedad funciona mientras Takan, takan. la pinche coladera a media calle siga sin ser atendida po Takan, takan. r quien chingados sea. Takan, takan.

Vivimos en una sociedad (que se está quedando ciega)

 — Padre, ya no sé qué más hacer. Esta vez es más difícil que antes, se han vuelto escépticos y no consigo nada. ¿No puedes quitarme algunas restricciones? — No, te envié porque sé que puedes hacerlo. Hazlo, equilibra la balanza. — Eso he querido, Padre, créeme. Pero ya lo intenté todo. — ¿Estás seguro? — Mira, traté de convencerlos con trabajo. Era un trabajo sencillo, solo necesitaban dos sencillas aplicaciones, pero no... Pensaron que era una estafa y me ignoraron. Intenté decirles su futuro en redes sociales, hasta edité algunas capturas de pantalla para que me creyeran, pero tampoco accedieron a eso. No me llega ni un mensaje en ninguna de las páginas que hice. — Entiendo, pero mira... — ¿Sabes qué fue lo último que intenté? Y no quiero escuchar que falté a las reglas, porque solo me dijiste que no puedo regalar el dinero de frente. Lo que hice fue crear algunas páginas en Facebook para dar dinero, cantidades variadas, a través de depósitos anónimos. Dólares, pesos, de a cien, de

Ernesto Beling

 Conocí a Ernst por pura casualidad. Paseaba por las páginas de un libro cuando su nombre saltó. Lo saludé sin recibir respuesta, su aporte más significativo lo hizo en 1906. Seguí leyendo y averiguando sobre algún tema pendiente, pero no sé si fue por inquietud o por desidia que volví a su nombre. Dos, tres, diez veces. Algo me hacía volver a su nombre escrito en una tipografía serifada. "Ernst", repetía en mi mente. El Beling que le sucedía no tenía importancia, un apellido extranjero difícilmente llama la atención en un libro escrito por extranjeros. Ernst me perturbó por la falta de letras. ¿Qué clase de sujeto no completa su nombre? Y no se diga que sus padres tuvieron la culpa, bien que él mismo pudo haberlo cambiado a lo largo de su vida. Él, Ernst, se conformó con un nombre escindido de la e y de la o, con un nombre mutilado. Aunque no era el caso, me pregunté si podría confiar en alguien que prefirió pasar a la posteridad cometiendo semejante acto. Historia corta ala