Alina y Miranda, Miranda y Alina
El rocío de la mañana y el sol en la cara
fueron apenas suficientes para despertar a Alina. Talló sus ojos y se pasó la
mano por el cabello, comprobando que estaba enredado. La cama acolchonada y
tibia la retenía, aunque una llamada de su madre a desayunar le dio fuerza para
salir. Se cambió de ropa y bajó.
En la mesa la esperaban sus padres y su hermano pequeño,
ya todos comiendo. Se sentó ante los panqueques que su madre había servido.
“¿Qué harás hoy?”, preguntó su padre. “Iré con Biri para trabajar en un
proyecto que tenemos”. Apuró el jugo de naranja de un trago, agradeció por la
comida y se fue a su cuarto.
Habiéndose aseado, se dispuso a preparar una pequeña
mochila. Guardó su computadora, un par de libretas y su lapicera. Echó un
vistazo al cuarto. Paredes rosadas, librero decorado, cama tendida, todo en orden.
Se asomó por la ventana y el día soleado le hizo soltar un suspiro.
Se fue caminando hasta la casa de Biri, apenas a un par
de cuadras de la suya. Al llegar la recibió la madre de su amiga y la invitó a
pasar. Subió al cuarto y comenzaron a trabajar. Conversaron sobre los temas
habituales, comieron pizza y terminaron el proyecto. Como todavía faltaba un
rato para que oscureciera, decidieron caminar un rato.
“¿Crees que Antonio es guapo?” “Definitivamente”. “¿Y qué
hay de Roberto?” “Tal vez… Depende de la ropa”. “¿Qué opinas de César?” “¡Él si
está muy feo!” Ambas se carcajearon y siguieron caminando en silencio por un
rato. Al llegar a casa de Alina las niñas se despidieron y esta subió a su
cuarto. Bajó un rato después para cenar y todos platicaron sobre su día, menos
el pequeño Jorgito, quien se debatía con la pasta y el tenedor que apenas aprendía
a usar.
Vieron una película en la sala, comieron palomitas y se
fueron a descansar. Alina se puso el pijama, se lavó los dientes y se cobijó
cómodamente. Cerró los ojos, pero no se quedó dormida. No todavía, quería
alargar lo más posible ese momento.
Escudriñó su mente para rescata recuerdos. Logró pescar
algunos, y los reprodujo uno tras otro.
La cinta de las vacaciones en la playa… Los abuelos reían
porque ella, siendo todavía una beba, se veía extrañadísima. Luego exclamaban
sus tíos: “¡Mira, qué bonita la nena! ¡Nunca había caminado sobre la arena!”
Todos reían alegres…
El décimo cumpleaños… Biri y ella comiendo pastel a puños
debajo de la mesa. La expresión de la madre cuando descubrió que faltaba un
pedazo, y la reprimenda por no pensar en los demás.
El primer día en la secundaria… No había sido hace mucho.
Acaso algunos meses. “Te equivocaste de salón”, le dijo un chico cuando
empezaba la primera clase. Se sonrojó y se fue, solo para toparse con el mismo
chico en el receso. Tendrían algunas citas inocentes las próximas semanas antes
de que él se mudara.
Todos estos recuerdos pasaron por la mente de Alina hasta
que sucumbió al cansancio.
Despertó Miranda en su cartón. El frío la hizo espabilar
pronto y se talló los ojos. Se rascó la cabeza y se le enredaron los dedos.
Caminó hacia una esquina del callejón donde se hallaba para ver si quedaba
algún resto. Mordisqueó una manzana oxidada mientras veía hacia la calle y
alcanzó a beber algo del rocío que escurría por una canaleta.
Su madre aún no había vuelto, por lo que tuvo que cuidar
a su hermanito, quien tenía algo de fiebre. Pasado un rato, llegó ebria,
tirándose en los cartones mientras balbuceaba. “Mamá, iré con Chío”. La movió y
solo se oyó un gruñido. “Llevo a Leonel para que lo revise el doctor”. Otro
gruñido. Tomó una pequeña bolsa raída y se marchó con el nene en brazos.
Llegó a un gran baldío donde desde temprano Chío recogía
basura con su madre. Esta última dio un beso en la frente a Leonel y siguió
buscando. Pidieron permiso para ir a buscar a un médico y se fueron caminando.
“Por favor, se lo suplico…” El médico se frotó la cara y
finalmente cedió. Revisó al niño y les dio una receta. “Llévala a la farmacia y
diles que te manda el doctor Moreno. Cuídalo mucho, y tráelo si algo se
complica”. Las niñas le agradecieron profundamente y caminaron hacia la
farmacia, donde les dieron los medicamentos.
“¿Crees que vaya a mejorar?” “Eso espero”. “¿Tu madre…?”
“Ebria”. Soltaron un largo suspiro y siguieron caminando en silencio. Al llegar
al baldío la madre de Chío les ofreció un poco de pan que le regalaron. Comieron
y se despidieron, yéndose Miranda a su callejón.
Como su madre no estaba, abrazó a Leonel y se acostó.
Pronto él se quedó dormido, ya con un semblante más saludable. Ella trató de
dormir pronto, pues estaba cansada y no quería seguir despierta. Pero no podía,
pues los recuerdos se sucedían uno al otro.
Su padre… La imagen de ese maldito hombre golpeando a su
madre y luego largándose, dejándolas solas, con la renta a cuestas y un bebé en
camino. “No podré pagar, pero nos las arreglaremos, no te preocupes”. Una mano
maternal limpiando la lágrima que rodó por la párvula mejilla, y más tarde la
misma mano alcoholizada dándole una bofetada.
La escuela… El último día en que asistió y cómo se
despidió de la maestra Laura. Ambas lloraron por no poder hacer más, aunque le
prometió que trataría de darle clases particulares de vez en cuando. No sabía
nada de ella desde entonces, pero aún tenía esperanza de reencontrarla.
Su décimo cumpleaños… Nadie lo recordó. Ni siquiera ella,
sino hasta ya muy entrada la noche.
Con un semblante serio se venció por el cansancio y los
malos recuerdos, quedándose finalmente dormida. Una sonrisilla alcanzó a
dibujarse en su rostro, pues una vez más volvería a ser Alina.
Alina despertó en su cama y se sentía apaleada. En el
sueño de la noche anterior Miranda lo había pasado particularmente mal. Se
talló los ojos y bajó a desayunar con el cabello enredado. Platicó con su
familia y subió al cuarto a preparar su mochila para salir al parque a dar un
paseo con Biri.
En algún momento Alina soñó a Miranda, o Miranda soñó a
Alina. A estas alturas ya no lo recordaba. Atrapada en un mundo doble, donde el
sueño de una era la vida de la otra, esta niña vivía como podía. A veces se fastidiaba
y consideraba ponerle un fin a todo. Sin embargo, siempre volvía a caer en la
cuenta de que estaba viviendo dos vidas, y eso, según ella, tampoco estaba tan
mal.
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