A propos de rêves et amours

Ella tomó una almohada y se tapó media cara. Contenía el llanto más allá de sus posibilidades, por lo que gordas gotas resbalaban por sus mejillas. Él adivinó que estaría mordiendo con fuerza su improvisada máscara y deslizó el dorso de la mano por su fleco. Este acto le fue respondido con un leve manotazo y con otro par de lágrimas, esta vez más extensas. Finalmente él se sentó y dio un largo suspiro, correspondido con un sollozo. “Bueno, sí, te engañé”, dijo él viendo hacia el suelo, “pero no como tú piensas”.

Un par de minutos después él se recuperaba de la bofetada. Ella lloraba en forma, pero sin perder la postura. “Explícate”, le ordenó súbitamente, ahogándose en un sollozo. Él se frotó la gris barba sin saber por dónde empezar. “En cierto modo puede decirse que sí te engaño, pero no de la forma tradicional”. Ella, consternada, se contuvo un segundo impacto y se limitó a reclinar la cabeza. “Habla rápido. Te lo suplico”.

Él se levantó y comenzó a caminar en círculos por la habitación. “Cada noche, al dormir, sueño con la otra. No existe entre nosotros, sino solamente en mis sueños”. Una mueca de incredulidad se dibujó en el rostro de ella. Verdaderamente no daba crédito a lo que estaba escuchando. ¿En verdad estaba siendo engañada con una mujer de un sueño? “¿Estás consciente de que no inventas personas en un sueño, verdad?”, inquirió ella con ironía, “así que necesariamente es alguien que existe… ¿Es ella con quien me has engañado?” Aquel negó con la cabeza. Tomó asiento y retomó su historia.

“Todo empezó con un cuento en que un hombre inventa a otro en sueños. Es de Borges. Naturalmente, traté de emularlo. Pero no quería crear a un hombre, porque aparentemente daba muchos problemas; me decidí por crear a una fémina”. Ella lo veía con el ceño fruncido, aún sin saber cómo sentirse al respecto. “Contrario a la historia original, yo no tuve problemas al darle vida a mi creación. Incluso lo logré en una noche. Las siguientes tres me dediqué a conocerla”. Tras una larga pausa, acordaron trasladarse a la cocina.

Ya en la mesa, con un té enfrente, ella le pidió que continuara. “Como pronto nos hubimos conocido, me aburrí, y me deshice de ella. No era tan interesante. En seguida me dediqué a crear a una nueva mujer, pero esta vez no sería solo ella. Mi ambición avanzó a lo insospechable y terminé por crear un universo entero. Para la décima noche de sueño creador, ya había un mundo análogo al nuestro, con ella como única variable. No hay otra igual a ella en nuestro mundo, pero todo lo demás es idéntico. Tú, desde luego, tampoco estás ahí. Por respeto, supongo”. “¿Y ella sabe…?” “No, para nada. En lo que a ella concierne, su mundo es el único real. No he tenido el corazón para decirle la verdad. También creo que así es mejor, pues somos muy felices”.

Ella se levantó, secándose las lágrimas, y caminó hacia la habitación. “Mira, pendejo”, le dijo enojada desde allá, “si tantas ganas tenías de hacerme una broma, bien hubieras tenido la decencia de procurar que no pusiera en riesgo lo nuestro”. Él se quedó viendo hacia la pared. “Me tengo que ir al trabajo. Vuelvo por la noche, y quiero que al llegar hayas preparado la cena y una buena disculpa. No estoy iracunda, pero sí muy molesta. A la próxima, mejor escupe tus historias idiotas al papel, como lo haces siempre con tus pinches cuentitos. Adiós”. Cerró la puerta y se fue.

Él caminó hacia la habitación y se recostó. No le había creído. En unos pocos minutos ya estaba profundamente dormido.

Sentados en la mesita del porche empezó a hablar finalmente. “Todo empezó con un cuento en que un hombre inventa a otro en sueños. Es de Borges…”

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