La dulce vida de una paletica de cereza

La niña Amelia vio su mejilla chorreada en la ventana que subía negándole la compraventa. Con quince pasitos llegó hasta el siguiente auto donde un ademán la mandó a dar otros quince. La operación se repitió y apenas logró vender un par de cigarrillos cuando el rojo se hizo verde y tuvo que regresar al camellón a esperar con la paciencia de una soldadita, recargada en un poste que le daba una mísera sombra que a ella no la satisfacía del todo pero que según su mamá era preferible a quemarse de pi a pa. De nuevo el alto y una vez más los pasitos presurosos y las negativas salpicadas de alguna moneda, por compasión o por cigarros. Las horas se apilaron unas sobre otras y cuando hubo suficientes de ellas fue hora de marcharse.

Con las ganancias del día se ajustó un bolillo y una paleta de cereza que se le había antojado hacía tres días pero que no había podido costearse hasta entonces. Una paleta de cereza. La paleta. La. Paleta. Paleta que sería desnudada con la delicadeza del amante, la decisión de un suicida, la certeza de un cirujano y la gula de un pollito, para luego ser llevada hasta la infante boca en un solo movimiento que se antojó eterno hasta concretarse. En la boca de la niña Amelia el sabor a cereza revoloteaba como las aves en el firmamento y casi la hizo olvidar por un segundo que su padre la golpearía de nuevo por llegar con mercancía y mermas, y que luego golpearía a su madre y a su hermanito por tratar de defenderla. En ese momento fue feliz porque el dulzor de la paleta era lo único que existía y bien podrían estarle quemando los pies en suplicio porque ella seguiría paladeando su dulce.

La niña Amelia vio su pómulo inflamado en la ventana que subía negándole la compraventa. Quince pasitos, monedas, sol y sombrita, soldadita. Un niño desde un auto fue reprendido por su madre cuando le preguntó cómo le hacía para estar feliz. "Es que me compré una paleta". Lágrimas de la señora y un billete más una mirada de satisfacción del niño, quien sí entendó cómo es que esta niña puede ser feliz. Teniendo una paleta dulzona no hay penas, no hay tristeza, no hay dolor, solo hay cereza.

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