El amor es imposible

Lo que vi fue que él estuvo esperando un rato. Se le veía impaciente pero sereno. Como si estuviera seguro de que vendría a la hora acordada y su única desesperación fuera que el tiempo no avanzara más rápido. Miraba su reloj cada pocos segundos y volteaba hacia el sur. Una y otra vez. Reloj y sur, reloj y sur. Cuando resonó el pesado sonido de las doce en la torre del edificio municipal, a un costado suyo, dio un salto incorporándose con el cuello hacia lo alto y se detuvo en seco, como si el frío repentinamente lo hubiese vuelto una estatua. A lo lejos, entre las sombras, pudo distinguirse a una señorita joven.

Apenas la vio, una esplendorosa sonrisa se dibujo en su rostro. Se llevó las manos al cabello y deshizo su peinado. Moría de pie en su lugar, deseando que aquella chiquilla corriera hacia él, pero sin la intención de apresurarla. Luego, cuando estuvieron más cerca, él dio un grito en que adiviné una alegría indecible y en frenética carrera se dirigió hasta donde estaba ella. La abrazó y la besó con una efusividad que ni ella misma comprendía. Luego la tomó de la mano y corrieron.

Lo que vi fue que corrieron hacia el norte. Al principio él le pidió a ella: "Grita que el amor es imposible". La expresión de confusión en la joven hizo notar que ni ella sabía lo que pasaba. Él se repitió mientras la jaloneaba. Quería ir más deprisa. Asustada y nerviosa, la joven finalmente gritó. "¡Más fuerte!" Ella obedeció. "¡Más!" Ella lo dio todo. Ese fue el momento en que salieron volando.

A lo lejos, hacia el norte, pude ver cómo la joven pareja se fue volando. Cincuenta metros les bastaron para despegar. Al último, pude ver la fantasía dibujada en el rostro de ambos. El amor es imposible, lo estuve paladeando un rato. Finalmente me fui a casa dejando el mantra tirado en una banca de la plaza, ante la mirada caída de otro que esperaba a su amada.

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